Región Metropolitana: ¿amenaza a la autonomía territorial?

 El siguiente texto es un resumen generado con IA (Gemini). El artículo completo y original se encuentra en la página web de la Universidad de Cundinamarca.  Ver acá

Imagen web: ucundinamarca.edu.co
Región Metropolitana: ¿amenaza a la autonomía territorial?
Por: Cristian Abad Restrepo – Politólogo, Magister en Hábitat y Estudios del Territorio Doctor en Geografía.

(Resumen generado por IA)

Las jerarquías urbanas en Colombia han sido moldeadas por diversos factores histórico-espaciales como la colonización, industrialización, conflicto armado y migración. Esto ha generado un desequilibrio urbano, con cuatro grandes centros metropolitanos (Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla) que deciden el destino nacional, apoyados por ciudades satélites que les proveen servicios y recursos.

Las jerarquías urbanas en Colombia han evolucionado por procesos histórico-espaciales complejos, como la colonización, industrialización, conflicto armado y migraciones. Esto ha generado un desequilibrio urbano, con cuatro grandes metrópolis (Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla) que concentran el poder de decisión nacional, complementadas por ciudades satélites que les proveen servicios y recursos.

La Región Metropolitana Bogotá-Cundinamarca emerge como un esquema de asociatividad estratégica para Bogotá y sus municipios vecinos. Su objetivo es garantizar recursos esenciales como agua y alimentos para la capital, que requiere la "captura espacial" de territorios adyacentes para su sostenimiento y crecimiento. Esta figura busca también posicionar la región en el fenómeno de las "ciudades globales", que ejercen un control significativo sobre recursos y decisiones, a veces incluso por encima de los gobiernos centrales.

Sin embargo, esta expansión genera desarrollos desiguales, desequilibrios regionales y una preocupante pérdida de autonomía territorial para los municipios. Paradójicamente, mientras se aboga por la descentralización, se observa una creciente concentración de poder en los centros urbanos metropolitanos, lo que se asemeja a una "dictadura urbana". Esta dinámica lleva a que los municipios menores deban supeditarse a los intereses de la metrópoli, poniendo en riesgo la descentralización y las democracias locales.

La Ley Orgánica 2199 de 2022, que rige la Región Metropolitana Bogotá-Cundinamarca, establece que los lineamientos regionales tienen una jerarquía superior, obligando a los municipios asociados a ajustar sus planes de ordenamiento territorial (POT) y desarrollo. Esto restringe su autonomía y contradice los principios de participación ciudadana de la Ley 388 de 1997. Además, la eliminación de la consulta popular para la conformación de estas regiones (mediante el Acto Legislativo 02 de 2020) debilitó aún más la participación ciudadana, reduciendo la legitimidad democrática de la asociación a un mero cabildo abierto donde las decisiones ya suelen estar predefinidas por arreglos políticos.

La irresponsabilidad política se manifiesta cuando los mandatarios locales comprometen los recursos y la autonomía de sus municipios a largo plazo, en busca de beneficios inmediatos, aceptando un ordenamiento territorial impuesto externamente. Esta enajenación del territorio no solo se debe al modelo económico capitalista, sino también a las élites locales que buscan ascender políticamente.

La "captura espacial" ocurre cuando los municipios pierden control sobre funciones vitales como vivienda, transporte, uso del suelo o sistemas alimentarios, con la región metropolitana como principal beneficiaria al captar ingresos y controlar aspectos clave.

En conclusión, Colombia se enfrenta a una paradoja entre descentralización y concentración del poder, donde se eligen autoridades locales sin una verdadera capacidad de decisión sobre su territorio. Es urgente promover un debate abierto y proporcionar mecanismos de democracia directa y participativa para que la sociedad decida sobre su futuro y para asegurar que la Constitución de 1991, que consagra un Estado Social de Derecho, se cumpla plenamente.

El olvido y la pobreza dejan huellas imborrables en los cuerpos

Los cementerio de San José de Belén (Huila) y de Puerto
Bogotá (Cundinamarca) revelan la marginalidad en el Magdalena:
 Foto: Germán David Rodríguez.
agenciadenoticias.unal.- El cementerio ubicado en Puerto Bogotá, Cundinamarca, frente a la cálida ciudad de Honda, en el Tolima, se halló en procesos de arqueología preventiva, en el marco de la construcción de una vía 5G a cargo de la Concesión Alto Magdalena. El antropólogo Germán David Rodríguez Avellaneda, egresado de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), participó en la excavación y el análisis de laboratorio, como parte de su investigación para la Maestría en Antropología.

Según la arqueóloga Érika Lucía Gutiérrez, encargada del proyecto de arqueología preventiva, del cementerio se excavaron 160 esqueletos que presentaban un “patrón de olvido”, pues no se hallaron lápidas, féretros ni documentos funerarios asociados con las sepulturas, indicios de que se trataba de personas marginadas o que no contaban con recursos económicos.

El sitio arqueológico presentaba dos “periodos” de sepultura: el republicano, al que pertenecen la mayoría de los individuos, y el prehispánico, durante el cual aparentemente se sepultaron indígenas del grupo Panche. También se identificaron tres periodos: el uso del cementerio por los panches, el uso del cementerio en el periodo republicano, y el uso del terreno del cementerio para construir una porción de Puerto Bogotá.

El antropólogo Rodríguez estudió 102 casos: 87 del periodo republicano y 15 previos a la Conquista, buscando comprender si el olvido había dejado huellas en los huesos de los republicanos y si existían diferencias drásticas entre la salud de los antiguos y los modernos. En los primeros se hallaron menos mujeres, la orientación era variada, mientras que solo cuatro, que serían chamanes, estaban enterrados boca abajo y con vasijas.

La orientación de los cuerpos enterrados hacia el este
era una tradición de la Iglesia católica.
 Foto: Germán David Rodríguez.
Entre sus hallazgos reporta que la mayoría de los modernos estaban enterrados en “posición devota”, al estilo cristiano, con la cabeza hacia el este en dirección a la iglesia, según la reglamentación de la época con aquellos que no eran enterrados en las iglesias. En los restos había algunos botones, especialmente de hueso y sintéticos, asociados con los hombres, y un par de clavos metálicos, asociados con entierros de niños, lo que indicaría el uso de féretros artesanales en los infantes y un acceso limitado a ataúdes. Tanto los más pequeños como las mujeres tenían un trato más cuidadoso en su enterramiento.

En los huesos y los dientes el investigador halló un alto índice de caries y cálculos, lo que indica una dieta alta en carbohidratos; presentaban muy pocos traumas –especialmente los hombres adultos–, una leve presencia de huellas infecciosas en los jóvenes, y un posible caso de sífilis juvenil.

Una de las conclusiones más importantes del autor fue que la población sí era marginada cultural y espacialmente, pero la evidencia en los huesos indica que las personas usaron los recursos del río Magdalena, como la pesca, para tener una mejor calidad de vida.

Además, el arqueólogo Rodríguez aplicó por primera vez el enfoque de la “bioarqueología de la marginalidad” propuesto en 2019 por las investigadoras Madeleine Mant, Alyson Jaagumagi Holland y Carlina de la Cova, quienes establecen la marginalidad como un proceso en el que se “periferalizan” los cuerpos (lo que es evidente en Puerto Bogotá) y se pierde la individualidad, hecho observable en los enterramientos estudiados. El enfoque postulado por las autoras mencionadas y aplicado por el investigador de la UNAL busca evaluar cómo la marginalidad afecta tanto en la vida –dejando huella en los huesos– como en la muerte, observable en las sepulturas.

Los enterramientos prehispánicos no tenían una orientación definida
y solo cuatro cuerpos estaban bocabajo.
 Foto: archivo Unimedios.
La historia en los huesos

En Colombia los cementerios y lugares de enterramiento han tenido múltiples procesos investigativos de bioantropología. Los estudios en la Iglesia de Santa Inés (Bogotá), la Catedral de Nuestra Señora de La Pobreza (Pereira), el Templo La Candelaria (Bogotá) y el Globo B del Cementerio Central (Bogotá) son solo algunos de los espacios en donde se han desarrollado estos trabajos. Sin embargo los cementerios rurales han sido menos estudiados.

Solo hasta 2012 se presentó un análisis bioarqueológico pionero sobre un cementerio pequeño y olvidado: el Cementerio de San José de Belén. Fruto de este trabajo, los investigadores José Vicente Rodríguez, profesor del Departamento de Antropología de la UNAL, Arturo Cifuentes y Gustavo Cabal publicaron el libro Arqueología en el “valle de la Tristura”, sur del Alto Magdalena, Huila.

Este cementerio se encontró en la zona de influencia de la Central Hidroeléctrica El Quimbo (CHEQ), en el Alto Magdalena. Además se excavaron dos áreas asociadas con el cementerio, una en el sitio Casas Viejas, que estaba cubierta de maleza, y otra en la periferia de la iglesia. De este cementerio se excavaron 23 tumbas y se recuperaron 22 individuos.

La población prehispánica mostró una baja presencia de caries en
comparación con otras poblaciones del mismo periodo.
 Foto: archivo Unimedios.
El análisis bioantropológico de estos esqueletos reveló que casi todos tenían caries y enfermedad articular degenerativa, una forma de desgaste en las articulaciones. Además se reportó un posible caso de homicidio a un individuo que presentaba una fractura muy particular en el cráneo, y un posible caso de la enfermedad de Osgood-Schlatter, pues el individuo tenía lesiones en las rodillas que recuerdan a los marinos y labriegos del siglo XVIII, que levantaban objetos pesados desde muy niños.

Por último, junto a los individuos se hallaron dos medallitas de latón, 7 botones de baquelita (un tipo de plástico), 3 de hueso y uno metálico. Además de esto, la cabeza de los esqueletos estaba orientada hacia el este, y estaban enterrados boca arriba, con las manos en reposo sobre el abdomen, muy al estilo cristiano.

El autor indica que la baja presencia de elementos asociados –como las monedas o los objetos religiosos– indica que son individuos de menor categoría social, como marginados. La cantidad de caries, por otro lado, indica que ingerían una gran cantidad de carbohidratos, mientras que el posible homicidio y las lesiones en rodillas señalarían periodos de violencia y exceso de carga física desde la infancia.

Este importantísimo sitio arqueológico también se registra en el libro de 2016 Vida y muerte en el sur del Alto Magdalena, Huila: Bioarqueología y cambio social, del profesor José Vicente Rodríguez, junto con Amparo Ariza, Gustavo Cabal y Ferney Caldón, y el texto de 2018 El Huila milenario: Paisajes, pueblos y culturas en el sur del Alto Magdalena, del profesor José Vicente Rodríguez como único autor.

El antropólogo Germán David Rodríguez aplicó la bioantropología a
los restos hallados en Puerto Bogotá.
 Foto: Germán David Rodríguez.
Por eso, en su trabajo de maestría el investigador Rodríguez Avellaneda retoma el trabajo de José Vicente Rodríguez con el Cementerio de San José de Belén, siendo este último el único otro cementerio “marginal” del país con el que habría puntos de comparación válidos. Las conclusiones de la comparación evidencian dos sitios similares, de poblaciones olvidadas y con pocos elementos fúnebres, asociadas con el Magdalena y que ponen sobre la mesa la enorme importancia de abordar a “los otros” o “los olvidados” desde la arqueología y la bioantropología.

Los trabajos del doctor José Vicente Rodríguez Cuenca, profesor del Departamento de Antropología, y Germán David Rodríguez Avellaneda, magíster en Antropología Biológica de la UNAL, representan una contribución muy valiosa hacia el entendimiento de los procesos socioculturales y de estados de salud de sociedades excluidas en el pasado, brindando una postura analítica integral que combina la Antropología Biológica, la Arqueología y la Historia.

Gobierno invierte más de $7 mil millones en el colegio donde estudió el Nobel Gabriel García Márquez

Ya se iniciaron las obras en l​a Institución Educativa Municipal San Juan Bautista
de La Salle, de Zipaquirá, que se proyecta convertirse en colegio-universidad
para el beneficio de las y los estudiantes de Cundinamarca.
Gracias a una inversión del Gobierno nacional que supera los $7 mil millones, la Institución Educativa Municipal San Juan Bautista de La Salle, en Zipaquirá (Cundinamarca), y conocida por haber sido el colegio del Nobel Gabriel García Márquez y del presidente Gustavo Petro, inicia una transformación sin precedentes que le permitirá convertirse en colegio-universidad para beneficio de las y los estudiantes de esta zona del departamento.

De hecho, el presidente Petro, en su cuenta de X, destacó que “este colegio público dio varios presidentes y el premio nobel de literatura, Gabriel García Márquez. Decidimos volver el colegio San Juan Bautista de la Salle en Zipaquirá, un colegio/universidad y será nodo en el conocimiento de inteligencia artificial".

La obra, ejecutada por el Fondo de Financiamiento de la Infraestructura Educativa (FFIE) del Ministerio de Educación Nacional, contempla una intervención integral en espacios fundamentales como los bloques académicos, laboratorios, coliseo, comedor, cocina, baños, redes eléctricas e hidrosanitarias y zonas exteriores. Con ello, se busca garantizar condiciones dignas, seguras y modernas para los más de 2.000 estudiantes que actualmente hacen parte de esta comunidad educativa.

Además de la renovación física, el proyecto incluye una ambiciosa apuesta académica: la transición hacia el modelo colegio-universidad, que articulará la educación media con la formación profesional. Este enfoque permitirá que los jóvenes accedan desde el colegio a programas de educación superior, ampliando sus oportunidades y conectando los saberes escolares con las demandas del mundo contemporáneo.

La intervención, esperada por generaciones, responde a una deuda histórica con una institución que durante más de 50 años ha sido semillero de líderes, ciudadanos y educadores. Muchas de sus aulas no habían sido intervenidas estructuralmente en décadas, y esta renovación representa no solo una mejora en infraestructura, sino un acto de justicia con una comunidad que ha sostenido, a pulso, el compromiso con la educación pública.

El contrato de obra fue adjudicado al Consorcio El Rosario por un valor de $6.436.540.125, con un plazo de ejecución de seis meses que inició el 5 de junio de 2025 y culminará el 4 de diciembre de este mismo año. La interventoría, a cargo de Moralba Sánchez Ordoñez, tiene un valor adicional de $647.779.057. Durante los primeros días de obra ya se han ejecutado demoliciones, retiro de cubiertas, exploración de suelos y ajustes de diseño para aulas y laboratorios, todo bajo normas de seguridad, eficiencia energética y sostenibilidad ambiental.

Con esta intervención, el Gobierno del Cambio reafirma su compromiso con cerrar brechas, fortalecer instituciones emblemáticas y garantizar el derecho a una educación pública de calidad.

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